sexta-feira, 17 de junho de 2011

EN TORNO A UN SONETO



La poetisa, vestida de terciopelo blanco y negro como una golondrina, extendió su mano delgada -en la que brillaban las uñas como si fuesen joyas- al visitante que apareció por la puerta de la salita iluminada.
Las grandes flores de los cretones claros daban al pequeño aposento un aire alegre de fiesta íntima. La estufa encendida derramaba en todo él un calor delicioso. En las paredes, platos de China que eran una preciosidad; una plaza de aldea llena de sol, de Alberto Sousa. Aquí y allí repartidos por columnas y mesitas, las sonrisas amigas de media docena de fotografías. Tres jarrones enormes, ungidos de camelias blancas, purísimas, recordando, en su helada perfección, exangües flores de cera.
Fuera, la tarde de noviembre se desplegaba en velos lúgubres, se arrimaba a los cristales como cortinas de sayal pardo, opacas y pesadas. El aullido de las sirenas rasgaba las sombras del crepúsculo en gemidos de lamentos, cargados de desolación y de tristeza.
-¿Sabe? Terminé hoy mi libro de versos...
Y con una sonrisa radiante:
-¡Con un bello soneto!
Su sonrisa se hizo más acariciadora, le dio mayor luminosidad a sus ojos serios, le distendió las líneas duras de la boca con labios finamente diseñados.
Se sentó en la silla que ella le indicaba, caminó en círculos por la salita, acogedora e íntima, con una mirada satisfecha, y murmuró:
-Dígame
La poetisa se concentró, fijó sus ojos en un punto del espacio, con una mirada vaga, como sumergida en el sueño y, dulcemente, con una voz aterciopelada y triste, comenzó, mientras recorría con un gesto inconsciente las grandes cuentas de su collar rosa.

Todo cae! ¡Todo se derrumba! ¡Estrago
Pavoroso! No sé dónde estaba antes.
¡Mi solar, mis palacios, los miradores!
¡No sé de nada, Dios, no sé de nada!...

¡Pasa en tropel febril la cabalgata
De las pasiones y locuras triunfantes!
¡Se rasgan las sedas, se quiebran los diamantes!
¡No tengo nada, Dios, no tengo nada!...

¡Pesadillas de insomnio, ebrios de ansiedad!
¡Locura que se esboza, ennegreciendo
Cada vez más las tinieblas de mi seno!

¡ ¡Oh, pavoroso mal de estar sola!
¡Oh mal pavoroso y atroz de traer
Tantas almas riendo dentro de la mía!...

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